viernes, 24 de diciembre de 2010

Apuntes sobre un posible perfil del docente paraguayo



Paraguay, como casi todos los países del mundo está inmerso en un mundo compartido, que de alguna manera traslada los mismos problemas. Lo que es problema en Japón, también lo es en Paraguay; claro, que con otros matices, con otros puntos de apoyo. Pero la esencia siempre es la misma. Hoy, cualquier profesor de cualquier país necesita de nuevas estrategias, maneras de percibir lo que le rodea, de experiencias y conocimientos para intentar proponer respuestas a los múltiples interrogantes que se le presentan en su tarea educativa. El profesor japonés tratará de intentar responder a la situación de su país, que ha alcanzado un nivel material de riqueza muy importante, pero que no ha solucionado el problema del vacío espiritual que provoca la ultrainformacionalización de la vida. De ello ha surgido, por ejemplo, la secta Aum Shinrikyo, que con su discurso escatológico aliena a los inteligentes pero vacíos japoneses, para la lucha contra los enemigos del mundo. O sea, el profesor no enfrenta aquí a realidades marcadas por la pobreza, la exclusión, sino otro tipo de realidad que no puede dejarse de conocer para quien quiere interferir positivamente en el aprendizaje de sus alumnos. El profesor paraguayo, por su parte, intentará dar respuesta a la negatividad creada en la conciencia de la mayoría de los alumnos por parte de la opresión reinante que sufren día a día. Lo cual deberá ser consciente, en primer lugar, para el profesor, para luego sacar a la luz los mecanismos visibles y otros no tanto, que operan en la sociedad organizada. Por lo tanto, el profesor de nuestro país tiene algo similar al profesor japonés: el deber de enfrentar un mundo cambiado, lleno de nuevos paradigmas que hay que comprender.
Podemos buscar innumerables ejemplos por el mundo, y llegaremos a la misma conclusión. Lo tradicional dejó de ser la regla, y, por lo tanto, no existe ninguna lista prediseñada de características que hay que aprender para ser profesor. La realidad exige otra visión de las cosas. Como diría alguien por ahí, el hoy no se puede ver con los ojos de ayer solamente.
Comencemos este análisis del perfil docente, afirmando lo expresado por Rosa Galvis que para ser docente de un lugar determinado hay que identificar lo necesario para ese grupo social determinado, en su contexto específico y sin interferencias, lo que al final dará un resultado eficaz y pertinente a la tarea educativa. Con lo cual se hace hincapié en el marco de incertidumbre en el que desenvuelve el docente, y que será indispensable dominar para salir fortalecido y con ganas de continuar. Esto quiere decir, que un profesor pudo haber estudiado estándares teóricos en una universidad asuncena, pero eso no se traducirá en garantía de una eventual enseñanza significativa en una zona rural de San Pedro. Tampoco se insinúa que dicho estudio no haya servido, sino que no es la clave para responder a esa realidad que sorprenderá de seguro a ese profesor que se traslade sin conocimiento previo de dicho lugar. Por lo dicho hasta aquí, ese profesor irremediablemente necesitará de la toma de posesión de nuevos referentes simbólicos, de nuevas teorías o acomodaciones de las mimas, de la asimilación de sus historias y costumbres, así como los intereses denunciados como inconscientes. Es decir, que dicho profesor tendrá una tarea ardua, pero sumamente enriquecedora.
Hoy se viene hablando en los recintos legitimados de la pedagogía, que todo perfil debe darse en base a una serie de competencias. Y no vamos a contradecir eso. Es más, se presenta como la única alternativa para enfrentar lo que muy bien resume Bar (1999) al decir sobre lo que enfrenta el docente de hoy: situaciones difíciles y complejas, como la concentración de poblaciones de alto riesgo, diversificación cultural del público escolar, grupos extremadamente heterogéneos, multiplicación de diferentes lugares de conocimiento y de saber, acceso a puestos en forma provisoria, rápida y permanente evolución cultural y social, especialmente en los jóvenes en quienes existe la sensación que no hay futuro y una suerte de pérdida del sentido de saber y aprender. No hay que confundir con esta avalancha de la realidad la idea de que el profesorado tiene que innovar por innovar, perdiendo el sentido paulatinamente de lo que se está haciendo a futuro. Lo que se puede hasta aquí sugerir como para postular un juego de competencias propicias para la realidad paraguaya es urdir en torno a ciertas ideas que tocarían a la imagen del profesor:
· Credibilidad del profesor;
· Capacidad de mediar culturalmente;
· Animador de la comunidad educativa;
· Garante de la Ley;
· Organizador de una vida democrática;
· Conductor cultural;
· Intelectual.
Esto no es más que lo que el mundo educativo está exigiendo para sus futuros docentes, quienes en el siglo XXI, si es que quieren darle todavía sentido a lo que hacen, deben ampliar el horizonte cultural e intervenir activa y comprometidamente como ciudadanos en el mundo actual.
Como este artículo pretende analizar específicamente el perfil basado en competencias, éstas merecen una aclaración. Un profesor competente no es aquel que solamente sabe hacer, sino que implica también que sepa ser y actuar holísticamente como sujeto que se hace parte y se integra a esa realidad que quiere comprender. Para que esto pueda lograrse, o mejor dicho, para que las competencias sean pertinentes para un determinado profesor, se tiene que diferenciar dos aspectos: la adquisición de conocimientos y la construcción de sentidos. El papel que juega el profesor en estos dos procesos es el eje que debe guiarnos para la construcción del perfil que venimos abogando. Lo primero supondría un trabajo individual del profesor, quien necesitaría afirmar sus conocimientos teóricos, así como mantenerlos actualizados, y producir nuevos conocimientos a partir de sus experiencias. Pero la construcción de sentidos es una tarea que abarca negociaciones con otros. Surge aquí la demanda de valores éticos, morales, reconocimiento del otro, y, por sobre todas las cosas, respeto a los hechos.
Una vez que hemos entendido que las competencias soportan el importante esqueleto de la significación de la tarea docente, podremos pasar a identificar dichas posibles competencias para nuestra realidad en cuestión. Voy a proponer cuatro grupos de competencias basados en el artículo Rosa Galvis que utilicé para este análisis.
a. Competencias sociales: (convivir) aquí tendríamos que idear las competencias que permitirían al profesor interactuar sin inconvenientes. Esto es, competencias que desarrollen los planos afectivo, ético, estético y comunicativo. Cooperación, tolerancia, convivencia, asociación, serían las palabras clave que debieran sistematizar este tipo de competencias.
b. Competencias interpersonales: (ser) las cuales se dividirían en dos a su vez. Por un lado tenemos a las competencias productivas, y por otro, a las competencias especificadoras. Las primeras permiten al docente estar abierto e inmerso en los cambios para orientar y estimular el aprendizaje. Las segundas contribuyen con la capacidad de aplicar los conocimientos fundamentales a la comprensión de los sujetos y la propia institución en que se desenvuelve. Ambas suponen un proceso de autoconocimiento del docente y control sobre su proceso cognitivo.
c. Competencias intelectuales: (conocer) que se refieren al dominio de lo cognitivo, lógico, científico, técnico y pedagógico-didáctico. Esto facilitaría cada vez en mayor grado, la autonomía profesional.
d. Competencias profesionales: (hacer) son las propias de la labor docente, las cuales deben ser adaptadas a la didáctica particular de cada una de las especialidades. Este tipo de competencias deben permitir al docente saber seleccionar, utilizar, evaluar y crear estrategias didácticas efectivas.
Una vez establecido como base estos cuatro grupos de competencias podemos describirlas. Empecemos por las competencias intelectuales que suponen un saber conocer. Aquí se hace patente una de las más visibles carencias de nuestra realidad educativa: una parte importante de los docentes no domina los conceptos y teorías actuales que circulan en el mundo de sus disciplinas. Relacionada está aquella que permite que el docente maneje conceptos y teorías actualizadas, pero ya no solo de su disciplina, sino de la filosofía, epistemología e investigación educativa. Esta competencia seguramente será objetada por la mayoría de los docentes que no son del área. Pero hay que aclararles a ellos que no porque la vieja tradición de no buscar ser verdaderos profesionales se haya instalado profundamente en la visión de una mayoría, no estemos obligados a ello por la matrícula y por la autoridad moral que alguna vez debemos alcanzar. Hoy en los colegios se nota la poca importancia que le dan los maestros a la filosofía, a la investigación; permitiendo, tristemente, que la imagen del docente se siga deteriorando. Siguiendo con esta línea de pensamiento, una competencia fundamental para un docente de estos tiempos vertiginosos es la que le permita manejar técnicas de recolección de información. O sea, ya no es que uno se aprende de memoria una teoría y está listo para lanzarse al magisterio; es necesario comprender cabalmente el mundo en el que vivimos, el cual ha sustituido la certidumbre por la incertidumbre. Lo que quiere decir que el docente debe saber obtener información de primera mano, contextualizar y volcarse a la construcción de sentido. Suele verse en las aulas un laberinto sin salida a partir de voces de docentes incapaces de saber las implicancias de lo que dice.
Otra competencia necesaria es que el profesor paraguayo posea una cultura general, propia de la educación superior, y que además incluya el dominio de las Tic. La carencia de valores culturales de quien se pone en frente de un grupo humano frágil, obviamente, reduce el nivel cultural de los receptores (alumnos). Siguiendo con el repertorio de este tipo de competencias, tenemos la que permite que el profesor paraguayo, acostumbrado a la corrupción como hombre que se deja llevar por la inercia de las tradiciones, traduzca en su quehacer educativo la política y legislación vigente. Esto es crucial para un país que pretende alcanzar el estado social de derecho. A partir de las intervenciones de los docentes en la vida de sus alumnos, es posible contraatacar los vicios de la sociedad de forma pragmática y no quedarse en el pesimismo de la crítica sin acción.
Cerrando con las competencias intelectuales tenemos aquella permite al profesor poseer conocimientos sobre aspectos sociales, culturales, económicos y políticos de la comunidad en la que vive. El docente paraguayo tiene que esforzarse a comprometerse con la vida de los demás, no solo por intereses personales, sino también humanos. Es muy conocida la fama de nuestros docentes, que poco y nada saben de lo que pasa alrededor. Y esto no se soluciona con lecturas de diarios y revistas o chismes de pasillo. Esta competencia tiene que ver con un estudio serio de lo que pasa en el país y en el mundo. Supone tomar partido sobre teorías políticas y definirse. Supone ir más allá de las consecuencias inmediatas de los fenómenos sociales. El docente debe integrarse al mundo y no solo a una parte del mismo. Su tarea es transversal a los momentos, a la historia, a la economía, a la geografía, a las políticas, a los problemas. Y esto es trascendental como para descuidar. Si no fuera así, educar sería llenar un espacio vacío o algo peor, como lavar el cerebro.
Pasemos ahora a describir las competencias interpersonales que tienen que ver con el saber ser. Una de las más importantes es la que hará que el profesor asuma con responsabilidad el riesgo de sus opiniones. Suele darse el caso del profesor que consciente de su carencia de otras competencias, por ejemplo, la competencia para el dominio mismo de su materia, es vulnerable a los comentarios críticos tanto de los alumnos como de sus pares. Esto ocasiona un inquebrantable caparazón de absurdas posiciones que lo único que consigue es no permitir el espacio para la discusión constructiva, y mucho menos, un espacio democrático. De aquí salen los famosos autoritarismos docentes. Asumir un riesgo en un país que no arriesga parecería un manotazo de ahogado, pero si se analiza desde una visión más integral, ese riesgo se torna incluso como un oasis en un desierto de pasividades. Hay mucho miedo al qué dirán los alumnos, los colegas, y, en general, la sociedad. Creo que se pierde mucho tiempo en esa cavilación vanidosa, lo que hace falta es reconocer que la actividad del docente siempre es arriesgada, y que de alguna manera, a causa de ese mismo riesgo, el docente debe ponerse a la vanguardia de lo que pretende comandar. Posicionándose, entonces, en esa postura, la tarea docente se volverá interesante, respetuosa y humilde. Ya no veremos docentes reacios a discutir, no veremos docentes mintiendo a los chicos cuando no saben lo que se les pregunta, no veremos a docentes diciendo barbaridades sin inmutarse, etc.
Otra competencia necesaria es la que permitiría al docente afianzar su identidad personal y profesional, así como cultivar su autoestima. No sé por qué razón muchos de los docentes sienten que ya están realizados al tener un rubro o un título universitario. Pero es evidente que cualquier ser humano no puede alcanzar nunca la perfección, y que cada instante es una oportunidad para seguir el camino de la mejora. La identidad del profesor paraguayo debe ser construida sobre bases sólidas y altruistas. De lo contrario se juega con el estancamiento de la sociedad completa. Si un profesor no ve la necesidad de reinventarse todos los días, que puede pensar un alumno que debe escuchar y ver obligatoriamente a su profesor. Si un profeso no se quiere a sí mismo, cómo puede pretender que lo escuchen y lo sigan. El silencio reinante de los profesores en la escena social denuncia la baja autoestima que se tienen.
Otra competencia es la que haría frente a la incoherencia de muchos docentes con respecto a sus principios éticos, espirituales y humanizantes que dicen defender. La hipocresía también es un vicio de la educación; pero mucho más perjudicial porque ataca al corazón de los valores de los chicos.
Quizás sea ésta la competencia más fácil de alcanzar: la de poder cultivar la apertura a lo nuevo, a lo distinto. Pero todos los que vivimos en Paraguay sabemos que no va a ser así. A mucha gente no le entusiasma conocer experiencias nuevas. Por algo nuestro país es considerado como uno de los países más conservadores de la región. Pero urge la necesidad de cambiar esa perspectiva tradicionalista, más en cuando hablamos de educación, porque si no corremos el riesgo de quedarnos en un agujero del tiempo que nos lleve a la sumisión total. El profesor paraguayo debe ser el estandarte de la sana transgresión a las obsoletas maneras de educar.
Otra competencia es la que permitiría asumir los cambios en el escenario educativo de forma crítica y creativa. Con dicha competencia el profesor paraguayo sería capaz de anticiparse a hechos que pudieran entorpecer su tarea. Por otra parte, podría mostrarle un panorama sincrónico de los distintos fenómenos que determinan o influyen al acto de educar. Si nuestros docentes escapan a la posibilidad de ver virtudes y defectos en nuestros colegios, quiénes serán los que proporcionen salidas a los problemas. Seguramente los alumnos no lo serán.
Otra importante competencia es la que podría mantener la independencia docente sin menoscabar su apertura a los demás. Eso quiere decir, que los docentes ya no deben dejarse manipular por sus directores, u otro tipo de presiones que perjudiquen la dirección de su trabajo. Hay que dejar bien en claro que si el trabajo tiene un trayecto predefinido, el único que puede entender el porqué se está haciendo lo que se está haciendo es el docente. Los demás pueden participar con su crítica, pero jamás decidir por el profesor.
Por último, dentro de las competencias interpersonales, tenemos la que permite el desarrollo de una conciencia cívica y ecológica en el docente. En un país en el que las estadísticas muestran la poca cultura cívica de los futuros ciudadanos, que están en las aulas hoy, se hace indispensable promover la conciencia ciudadana a partir de experiencias y difusión de conocimientos que permitan a los alumnos saberse pertenecientes a una comunidad que trata de organizarse cada vez más. Esto, a su vez, acarreará una toma de conciencia de las implicancias medioambientales de las conductas humanas. No solamente veremos más calles limpias, sino que este tipo de competencia posibilitará que nuestros futuros adultos tengan definido una causa común: el bienestar general.
Seguimos con las competencias sociales, que suponen un saber convivir. Este aspecto tiene mucho que ver con la concepción de valores y disvalores que como paraguayos queremos tener e instalar. Y una de las competencias que todos quisiéramos que los docentes tuvieran para afrontar la baja autoestima y la carencia de afecto entre compatriotas es justamente la que permitirá al docente brindar afecto, seguridad y confianza a todo su entorno educativo. Empezando con el principal motor de la educación: los alumnos. Ellos deben recibir de sus docentes un discurso coherente y a la vez interesado por el individuo, con el cual pueda establecer una conexión real y sensible, dejando de lado el antiguo discurso magistral impoluto ante las cuestiones externas del mismo lenguaje y disciplina. En cuanto a la inseguridad profesional de muchos profesores, no se la combate armando refugios en el autoritarismo, sino reconociéndola y haciendo algo por subsanarla todos los días. El no reconocer las propias limitaciones es el defecto y no el tenerlas. Aclarado este asunto, se puede decir que la seguridad del docente no es sinónima de perfección, sino de coherencia con responsabilidad de los riesgos asumidos en la profesión. Esto llevará al docente paraguayo a conectar la realidad con sus ideales, y de ello buscará resultados a partir de la interpretación de esas conexiones para su posterior actuación en consecuencia. Entonces, no habrá más docentes que hacen sus tareas porque alguien se las ordena o porque todos lo hacen de una manera en particular; al contrario, tendremos más docentes independientes e innovadores que con el sentimiento de seguridad que van sintiendo a medida que conducen ellos mismos sus actos, propiciarán una imagen que contagiará a los alumnos y mostrarán perfiles interesantes que hagan despertar la tan olvidada personalidad que deben desarrollar los individuos. Este marco de confianza personal se expandiría en todas las instituciones educativas logrando mayor empuje y participación en la tarea mancomunada de la educación.
La práctica de la tolerancia y la búsqueda de consensos es otra tarea pendiente en el perfil del docente. Suele darse en muchas oportunidades la pelea descarnada entre colegas ante conflictos que merecen otros mecanismos de resolución. Es contemporánea la circunstancia desagradable de escuchar discusiones de muy bajo nivel y hasta vulgar entre docentes ante conflictos serios y que merecen otro tratamiento. El disentir con otro no puede dar lugar a actos discriminativos, despectivos ni otra índole. Esto casi siempre, desde el punto de vista sociológico de nuestra idiosincrasia, ocurre en casi todas las discusiones; pero lo lamentable es que se produzca en un trabajo, que quieran o no, es sumamente serio y amerita la delicadeza y el profesionalismo del trabajo más trascendental. No se puede en una institución educativa resolver conflictos con simplemente sonidos cercanos a los aullidos, tampoco se puede hacerlo a partir de la descalificación de mala fe y la falta de respeto a las investiduras del ser humano. Es necesario que todo docente no abandone su derecho a la discusión, al enfrentamiento de opiniones o puntos de vista; pero si debe dejar muy lejos, o por lo menos frente a la puerta del colegio, todas aquellas conductas que no intenten construir el futuro, o lo que es peor, que intente desmantelar dichos intentos de construir.
De lo dicho anteriormente se desprende otra competencia tan anhelada: la de poder respetar el pensamiento divergente. Como se ha dicho en una parte de este texto, debemos asumir la lucha contra el sentimiento de conservadurismo retrógrado, que inmoviliza a nuestra sociedad. Se deben crear las bases para una sociedad futura que pueda cobijar a todos los pensamientos e ideas que no sean vulnerables a los derechos de todos. Quiere decir esto, que no se puede seguir imponiendo un solo tipo de pensamiento en una sociedad que se jacta de llamarse democrática y libre. Sino todo lo contrario, ese mismo pensamiento impuesto debe ser capaz someterse a las críticas y si no lo hace deberá guardarse en el cajón de la historia, porque de lo contrario, no habrá redención de ningún tipo.
Analizar e interpretar en equipos interdisciplinarios, la realidad compleja, para plantear soluciones, es hoy una necesidad insoslayable. Ya no es posible que un profesor de una materia x crea que pueda enseñar algo solamente a partir de la profundización teórica de su materia. Se requiere su vinculación a un plano más intenso, que va de acuerdo con la evolución de la vida en sociedad. La cultura ha desarrollado mecanismos muy complejos, que el docente no puede dejar de ser consciente de ello. Por ende, su participación en otras disciplinas es indispensable para pensar en conjunto y no en particular, como muchos todavía creen. Su granito de arena más los granitos de arena de los demás docentes, pueden dar una visión acorde a lo que verdaderamente está sucediendo. Esto implica capacidad de extender sus conocimientos a otras áreas sin perder su autonomía.
El docente, como experimentador de relaciones humanas, debe saber reconocer, practicar y divulgar la defensa de la salud, los derechos humanos y la paz. Si esto no sucede pasará lo que viene pasando en nuestro país: violación sistemática de los derechos de los más desprotegidos; odio circulante; violencia juvenil; drogas y depresión. Y para promover esto no sólo se debe dominar los conocimientos sobre estos temas, se le debe sumar la práctica cotidiana ejemplar.
Terminando con las competencias sociales, la que permita a nuestros docentes comprometerse con los problemas y aspiraciones de la comunidad sería la frutillita del postre. Es difícil continuar con una tarea que necesita de compromiso, si los participantes con apatía e indiferencia se entregan a los brazos de la monotonía. No se puede seguir con la idea de dar clases como si nada pasara alrededor; como si la tarea docente fuera algo independiente de la realidad del aula y del mundo. El docente no es un actor social aislado del conjunto de problemas y riquezas de la humanidad; al contrario, es el que más tiene relaciones sustantivas con ello, y, por tanto, no puede ir al colegio y solamente dar su clase. Su actuación requiere de varias cualidades: escuchar, ver, analizar, proponer, valentía, amor, comprensión, reconocimiento, perseverancia, etc. De esa manera, el docente ya no es un simple elemento de una estructura, sino que es copartícipe de la creación de nuevas estructuras.
He dejado al final, lo más sensible, que tiene que ver con las tan necesarias competencias profesionales que tanto necesitan los pueblos en vías de desarrollo. Una primera competencia que debería el docente paraguayo adquirir es la posibilidad de poder siempre definir y elaborar proyectos educativos sobre la base de un diagnóstico y perfiles institucionales. Quiere decir, que como profesional, un buen planteamiento de las dificultades al comenzar los ciclos educativos se hace primordial. Es una tarea que muy poco se viene viendo en nuestras instituciones, donde solo se trabaja individualmente sin importar mucho el efecto que tiene el todo sobre lo particular, y viceversa.
Otra competencia profesional que quizás estemos lejos de adquirirla, es la que permitiría a cualquier docente elaborar proyectos de aprendizaje en diversos escenarios: alfabetización, educación penitenciaria, educación de niños trasgresores, etc. O sea, muy pocos docentes estarán preparados para aceptar un trabajo en este tipo de situaciones. Y no hay que olvidar que la educación debe ser para todos, hasta inclusive para quienes violan la ley.
Siguiendo con el contexto anterior, en el cual se mencionó la perentoriedad de tener formadores para situaciones poco comunes, podemos hablar también de una necesidad de que los docentes puedan diversificar el currículo en función de las necesidades y posibilidades geográficas. Evidentemente, que existen algunos temas, niveles, programas, que sirven a la cohesión de nuestro pueblo —visto esto desde un plano antropológico—, pero eso no quiere decir que el Paraguay no tenga realidades culturales muy distintas que personalizan a ciertos sectores de la macrosociedad. A partir de esta premisa, reconociéndola, no puede encararse la educación paraguaya como un todo uniforme; es imprescindible partir de la experiencia que enseñan cada uno de los rincones de nuestro país, para luego pasar a analizar sus necesidades, así como sus fortalezas. Un alumno de algún colegio de San Pedro sabemos que necesita, como el de Asunción, manejar las computadoras; pero no podemos confundir que el primero diferencia del segundo quizás necesite concentrarse más en aquellos conocimientos que le permitan seguir viviendo cada vez mejor en su pueblo (campo).
Realizar proyectos de investigación-acción sobre la problemática educativa, con el propósito de producir innovaciones pertinentes, es la competencia que nos permitiría debatir sobre nuestros análisis profesionales, y mejorar nuestros niveles de formación en forma constante.
Podríamos reunir muchas otras competencias en este orden, pero se deja a criterios de cada disciplina abundar en esto. Solo es un primer intento de discutir sobre algunos de estos puntos mencionados aquí, para luego acordar visiones en conjunto. Como desafío que es no queda más que esperar otros puntos de vista.

Bibliografía
-Revista Iberoamericana Acción Pedagógica nº 16. Diciembre-Enero. 2007. Pag. 48-57.

2 comentarios:

  1. Me encantò la forma de encarar que tiene, considero magnìfico que todos pensemos asi en especial donde los docentes debemos entender que debemos estar preparados para enseñar en penitenciarias, y otros lugares asì como a violadores de leyes entre otros.

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  2. las clases virtuales
    Clases desde la pandemia.
    febrero 10, 2021

    Las aulas virtuales​ son una nueva modalidad educativa que se desarrolla de manera complementaria o independiente a las formas tradicionales de educación, ​ y que surge a partir de la incorporación de las tecnologías de información y comunicación, en los procesos de enseñanza-aprendizaje.

    Hay múltiples ventajas al recibir clases virtuales y poder tener el material de aprendizaje en diferentes formatos. ... Podrás conocer diferentes herramientas de aprendizaje lo que también te permite estar más motivado y mantener el interés en el tema.

    VENTAJAS DE LAS AULAS VIRTUALES👍👍👍

    Supera las limitaciones de tiempo y espacio. Desarrolla una amplia cultura computacional. Enriquecimiento del aprendizaje. Desarrolla un pensamiento creativo y constructivo.


    DESVENTAJAS DE LAS AULAS VIRTUALES.👎👎👎

    Torres, M. (2016), afirma que como desventajas del aprendizaje virtual se encuentra: “la seguridad en internet que no está altamente garantizada y la virtualidad, poco a poco, va desapareciendo los encuentros cara a cara y los procesos de socialización grupales”.



    Y para vos ¿Qué tan buenas son las clases virtuales?👀

    ¿Qué es mejor la educación virtual y presencial?

    ¿Qué desventajas tiene la educación virtual?


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